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sábado, 7 de marzo de 2020

3º año - Texto para el diagnóstico



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Una mirada desde fuera del planeta fácilmente podría percibir la tierra como una sola isla flotando sobre un solo océano, cuestionando la división convencional del mundo en varios continentes. Así lo mostró el matemático norteamericano Buckminster Fuller cuando desarrolló, entre 1921 y 1954, la ecuación geométrica para hacer el primer plano del mundo sin distorsión de las masas terrestres: el mapa Dymaxion.

Como anotó Fuller sobre su mapa, “Todos somos astronautas en una pequeña nave espacial llamada Tierra”. El mapa Dymaxion también ayuda a dejar atrás la percepción desproporcionada que, basada en el plano de navegación diseñado por Gerhardus Mercator (1569), creó la impresión de que las masas del norte (donde se encuentran Europa y Norteamérica) eran mucho mayores que las del sur, una ilusión visual que predominó durante cuatrocientos años y todavía se enseña en muchas escuelas de todo el mundo.

La proyección de Mercator refleja la historia moderna en varios sentidos. El mapa fue diseñado por un europeo en el siglo XVI para fines de navegación, igual que el capitalismo se desarrolló en Europa por esa misma época con base en el comercio y la colonización, y se extendió al resto del mundo. El hecho de que el diseño de un europeo fuera el mapa generalizado para el planeta, es indicio de la hegemonía comercial y colonizadora de varias naciones de ese continente. La percepción de Europa como centro de referencia es fácil de observar en términos comunes como “el hemisferio occidental” (¿al occidente de dónde?), “el Medio Oriente” (¿al oriente de dónde?), o el “Nuevo Mundo” (¿nuevo para quiénes?). En muchos niveles, el mundo ‘globalizado’ de hoy –así como las ideas que tenemos sobre él–, fue también ‘diseñado’ por la dinámica expansiva del mercantilismo europeo. La economía mundial se parece más al mapa de Mercator que al de Fuller.
América es producto directo de esta expansión. No hay que olvidar que la expedición de Cristóbal Colón tenía una motivación fundamentalmente mercantil. Y, como enfatizó el intelectual mexicano Edmundo O’Gorman, el continente americano se inventó –no se descubrió– a partir de las crónicas europeas, que a menudo proyectaron sus fantasías de exotismo sobre este territorio nuevo para ellos. Y desde el comienzo fue el ‘Nuevo Mundo’ espacio de disputas entre naciones europeas en competencia por controlar la tierra, el comercio y la población de este pedazo del mundo. Una breve historia de cómo se impuso el nombre mismo para este continente es indicativa de dichas disputas, que nos permiten entender mejor las divisiones de hoy.
Como se sabe, el ‘descubrimiento’ de estas tierras fue accidental, e igualmente accidentado ha sido el proceso de nombrarlas. Colón pensó que había llegado al continente asiático y durante varias décadas los textos de la época se refirieron a este territorio como “Las Indias”. En España se mantuvo esta denominación, modificada como “Las Indias Occidentales”, hasta el siglo XVIII.
Pero la noticia sobre estas tierras llegó a otras partes de Europa a través de las cartas del navegante florentino Américo Vespucci (Florencia, 1454 – Sevilla, 1512), quien participó en varios viajes de exploración por las costas de lo que hoy conocemos como Sudamérica. Al regresar del último viaje, Vespucci escribió en 1504 una carta en la que afirmaba que este territorio era "la cuarta parte del mundo", y añadía: "Yo he descubierto el continente habitado por más multitud de pueblos y animales que nuestra Europa, Asia o la misma África". Esta carta se difundió por Europa y, en 1506, el monje alemán Martín Waldseemüller incluyó la información en su libro de geografía, proponiendo: "otra cuarta parte [del mundo] ha sido descubierta por Americo Vesputio. . . [y] no veo razón para que no la llamemos América, como la tierra de Americus, por Américo, su inventor". El libro incluía un mapa en el que apareció por primera vez el nombre del continente y, para 1507, ya se habían hecho seis ediciones. Así fue como –sin hacer justicia a Cristóbal Colón, que murió ignorado en 1506– comenzó a popularizarse en Europa el nombre de América, como una manera simbólica de cuestionar la exclusividad de España sobre los nuevos territorios.

De este modo, si bien España tuvo la mayor parte de la autoridad sobre las tierras recién invadidas, no la tuvo para nombrarlas. Y el acto de nombrar es parte integral del proyecto de dominar. Poco después las potencias europeas emergentes –primero Portugal y luego Inglaterra, Francia y Holanda– disputaron con el reino español el derecho a poseer territorios del nuevo continente, que se convirtió en escenario de proyectos comerciales e imperiales en conflicto. El Caribe, que era la puerta de entrada para casi todas las rutas de navegación, se fragmentó en pedazos de cada uno de estos reinos. Los franceses e ingleses obtuvieron grandes zonas en el norte, los portugueses en el sur. Y el resto, un gran territorio desde la Tierra del Fuego hasta California y La Florida, fue parte del imperio español.
Tres siglos más tarde, el nombre de América adquirió una connotación emancipatoria. Tanto en los territorios españoles como en las colonias inglesas del norte, los partidarios de la independencia defendieron un espíritu americanista para oponerse a la Europa imperial. Después de independizarse en 1776, las 13 colonias del norte adoptaron el nombre de Estados Unidos de América. De manera similar, los nuevos gobernantes de las colonias que se independizaron de España entre 1810 y 1830 hablaban de “las repúblicas americanas” para referirse a los países hispanohablantes del continente.
Sin embargo, una vez consolidadas las nuevas repúblicas, este doble americanismo se hizo cada vez más conflictivo. Hoy, el nombre de América se disputa entre un país que lo adoptó como propio y el resto de los países del continente, que han tenido que buscar nombres alternativos.

¡BIENVENIDOS AL CICLO LECTIVO 2020!!!