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Una mirada
desde fuera del planeta fácilmente podría percibir la tierra como una sola isla
flotando sobre un solo océano, cuestionando la división convencional del mundo
en varios continentes. Así lo mostró el matemático norteamericano Buckminster
Fuller cuando desarrolló, entre 1921 y 1954, la ecuación geométrica para hacer
el primer plano del mundo sin distorsión de las masas terrestres: el mapa
Dymaxion.
Como anotó
Fuller sobre su mapa, “Todos somos astronautas en una pequeña nave espacial
llamada Tierra”. El mapa Dymaxion también ayuda a dejar atrás la percepción
desproporcionada que, basada en el plano de navegación diseñado por Gerhardus
Mercator (1569), creó la impresión de que las masas del norte (donde se
encuentran Europa y Norteamérica) eran mucho mayores que las del sur, una
ilusión visual que predominó durante cuatrocientos años y todavía se enseña en
muchas escuelas de todo el mundo.
La proyección de Mercator refleja la historia moderna en varios sentidos. El mapa fue diseñado por un europeo en el siglo XVI para fines de navegación, igual que el capitalismo se desarrolló en Europa por esa misma época con base en el comercio y la colonización, y se extendió al resto del mundo. El hecho de que el diseño de un europeo fuera el mapa generalizado para el planeta, es indicio de la hegemonía comercial y colonizadora de varias naciones de ese continente. La percepción de Europa como centro de referencia es fácil de observar en términos comunes como “el hemisferio occidental” (¿al occidente de dónde?), “el Medio Oriente” (¿al oriente de dónde?), o el “Nuevo Mundo” (¿nuevo para quiénes?). En muchos niveles, el mundo ‘globalizado’ de hoy –así como las ideas que tenemos sobre él–, fue también ‘diseñado’ por la dinámica expansiva del mercantilismo europeo. La economía mundial se parece más al mapa de Mercator que al de Fuller.
América es
producto directo de esta expansión. No hay que olvidar que la expedición de
Cristóbal Colón tenía una motivación fundamentalmente mercantil. Y, como
enfatizó el intelectual mexicano Edmundo O’Gorman, el continente americano se inventó –no se descubrió– a partir de las
crónicas europeas, que a menudo proyectaron sus fantasías de exotismo sobre
este territorio nuevo para ellos. Y desde el comienzo fue el ‘Nuevo Mundo’
espacio de disputas entre naciones europeas en competencia por controlar la
tierra, el comercio y la población de este pedazo del mundo. Una breve historia
de cómo se impuso el nombre mismo para este continente es indicativa de dichas
disputas, que nos permiten entender mejor las divisiones de hoy.
Como se sabe,
el ‘descubrimiento’ de estas tierras fue accidental, e igualmente accidentado
ha sido el proceso de nombrarlas. Colón pensó que había llegado al continente
asiático y durante varias décadas los textos de la época se refirieron a este
territorio como “Las Indias”. En España se mantuvo esta denominación,
modificada como “Las Indias Occidentales”, hasta el siglo XVIII.
Pero la
noticia sobre estas tierras llegó a otras partes de Europa a través de las
cartas del navegante florentino Américo Vespucci (Florencia, 1454 – Sevilla,
1512), quien participó en varios viajes de exploración por las costas de lo que
hoy conocemos como Sudamérica. Al regresar del último viaje, Vespucci escribió
en 1504 una carta en la que afirmaba que este territorio era "la cuarta
parte del mundo", y añadía: "Yo he descubierto el continente habitado
por más multitud de pueblos y animales que nuestra Europa, Asia o la misma
África". Esta carta se difundió por Europa y, en 1506, el monje alemán
Martín Waldseemüller incluyó la información en su libro de geografía,
proponiendo: "otra cuarta parte [del mundo] ha sido descubierta por
Americo Vesputio. . . [y] no veo razón para que no la llamemos América, como la
tierra de Americus, por Américo, su inventor". El libro incluía un mapa en
el que apareció por primera vez el nombre del continente y, para 1507, ya se
habían hecho seis ediciones. Así fue como –sin hacer justicia a Cristóbal
Colón, que murió ignorado en 1506– comenzó a popularizarse en Europa el nombre
de América, como una manera simbólica de cuestionar la exclusividad de España
sobre los nuevos territorios.
De este modo, si bien España tuvo la mayor parte de la autoridad sobre las tierras recién invadidas, no la tuvo para nombrarlas. Y el acto de nombrar es parte integral del proyecto de dominar. Poco después las potencias europeas emergentes –primero Portugal y luego Inglaterra, Francia y Holanda– disputaron con el reino español el derecho a poseer territorios del nuevo continente, que se convirtió en escenario de proyectos comerciales e imperiales en conflicto. El Caribe, que era la puerta de entrada para casi todas las rutas de navegación, se fragmentó en pedazos de cada uno de estos reinos. Los franceses e ingleses obtuvieron grandes zonas en el norte, los portugueses en el sur. Y el resto, un gran territorio desde la Tierra del Fuego hasta California y La Florida, fue parte del imperio español.
De este modo, si bien España tuvo la mayor parte de la autoridad sobre las tierras recién invadidas, no la tuvo para nombrarlas. Y el acto de nombrar es parte integral del proyecto de dominar. Poco después las potencias europeas emergentes –primero Portugal y luego Inglaterra, Francia y Holanda– disputaron con el reino español el derecho a poseer territorios del nuevo continente, que se convirtió en escenario de proyectos comerciales e imperiales en conflicto. El Caribe, que era la puerta de entrada para casi todas las rutas de navegación, se fragmentó en pedazos de cada uno de estos reinos. Los franceses e ingleses obtuvieron grandes zonas en el norte, los portugueses en el sur. Y el resto, un gran territorio desde la Tierra del Fuego hasta California y La Florida, fue parte del imperio español.
Tres siglos más tarde, el nombre de América adquirió una connotación
emancipatoria. Tanto en los territorios españoles como en las colonias inglesas
del norte, los partidarios de la independencia defendieron un espíritu
americanista para oponerse a la Europa imperial. Después de independizarse en
1776, las 13 colonias del norte adoptaron el nombre de Estados Unidos de
América. De manera similar, los nuevos gobernantes de las colonias que se
independizaron de España entre 1810 y 1830 hablaban de “las repúblicas
americanas” para referirse a los países hispanohablantes del continente.
Sin embargo, una vez consolidadas las nuevas repúblicas, este doble
americanismo se hizo cada vez más conflictivo. Hoy, el nombre de América se
disputa entre un país que lo adoptó como propio y el resto de los países del
continente, que han tenido que buscar nombres alternativos.